Miguel Galindo Saura

Miguel Galindo Saura. 


Entre los aviadores republicanos que en su día vimos en la foto de la prisión provincial de Salamanca, me llamó la atención la azarosa vida de Miguel Galindo. Os cuento por qué.

Primeros años

Miguel Galindo nació en Torre Pacheco, Murcia, el 23 de febrero de 1916. Desde muy pequeño siente atracción por la aviación, principalmente debido a la proximidad del aeródromo de Los Alcázares, el que fuera el primer aeródromo de hidroaviación de España. A raíz de la inauguración de la Escuela Elemental de Pilotos en dicho aeródromo, soñaba con poder convertirse un día en el que llevara uno de esos aviones que sobrevolaban su ciudad a diario.

En julio de 1934, para acercarse a su sueño, ingresa como soldado voluntario de aviación. Pero vamos a ver más en detalle sus inicios en el mundo aeronáutico.

La construcción de un sueño

Como hemos visto, el 2 de julio de 1934, con 18 años, ingresa como soldado voluntario de aviación, por lo que se traslada a Madrid, al Aeródromo de Cuatro Vientos, para realizar la fase de instrucción básica. 

La normativa en esa época permitía a los jóvenes solicitar el servicio militar de manera voluntaria, de esa forma podían elegir el destino para dicho servicio, pero debían estar por un periodo de dos años de "mili", cuando lo habitual era realizar solo uno. Esta posibilidad era algo habitual para aquellos que querían realizar el servicio militar cerca de sus localidades o en una unidad determinada.

Pero volvamos con Miguel. Tras tres meses de formación en Cuatro Vientos, salía finalmente nombrado soldado de aviación y destinado a su querida base de Los Alcázares, con la que tanto había soñado desde niño.

Poco después, en noviembre de 1934, solicita el curso de Fotógrafo Auxiliar de Aviación, con la intención de poder volar, por lo que es destinado nuevamente a Cuatro Vientos. La fortuna no quiso en ese momento que Miguel empezara a surcar los cielos, por lo que, para su desgracia, solo un mes después de su llegada a Madrid cae enfermo por una grave infección de oído y tiene que ser ingresado en el hospital de Carabanchel.

Se podría decir que en Carabanchel se enfrentó por primera vez cara a cara con la muerte. De hecho, los médicos no veían posible su recuperación de la infección de oído y, tras varias intervenciones, le habían dado por desahuciado. Sorprendentemente comenzó a mejorar, o por lo menos a no empeorar y en vistas de esto, le trasladaron al hospital de Cartagena en marzo de 1935.

En esa situación siguió hasta el mes de agosto, nueve meses después de su ingreso, en que por fin recibió el alta y pudo regresar al Aeródromo de Los Alcázares, renombrado entonces como aeródromo de Burguete.

Miguel tenía claro su objetivo, por lo que comenzó a solicitar todo tipo de cursos que le pudiera acercar a la cabina de un avión en el futuro. La formación técnica era el mejor camino para llegar a la meta. Así que finales de 1935 regresa a Cuatro Vientos para realizar el curso de ascenso a Cabo. 

Ya entrando en 1936 realiza la petición de reenganche al haberse finalizado su compromiso obligatorio, y le es aceptada, lo que le deja el campo abierto para seguir con sus planes. Nada le hacía suponer que ese año de 1936 sería en el que comenzara la fatídica guerra civil.

Miguel Galindo en la Guerra Civil

Al estallar la guerra, Miguel es militar profesional del arma de aviación, destinado en el aeródromo de Burguete, en Los Alcázares. El jefe del aeródromo es el comandante Ortiz, un militar justo y ponderado en sus actuaciones, y que ante la decisión del posicionamiento en uno de los dos bloques beligerantes, reúne a sus oficiales y toman la decisión de mantenerse fieles al gobierno.

Mientras tanto el objetivo de nuestro protagonista no ha cambiado y su estrategia sigue en pie, motivo por el que realiza el curso de ametrallador bombardero en la base de San Javier, finalizando en agosto de 1936, justo un día después de que es publicado su ascenso al empleo de cabo.

Pero la guerra no había hecho más que empezar y es destinado a Granada para participar en la batalla en el frente de Guadix. Su sueño empezaba a tomar forma, no como habría imaginado nunca, pero su cuerpo iba a despegar por fin del suelo. Su bautismo de vuelo (y de fuego) fue en un Breguet XIX.

Tras esta experiencia y con motivo de su ascenso a sargento en octubre de 1936, regresa a los Alcázares y solicita el curso de piloto de caza. Tras superar varios exámenes es admitido para realizar el curso, su nuevo destino se encuentra en Francia, más concretamente en Bourges.

Escuela de Pilotos Hanriot

El 6 de noviembre de 1936 se incorpora a la escuela de Bourges, formando parte de un numeroso grupo de jóvenes que, enviados por el gobierno de la República, van a prepararse para ser pilotos de caza.

En su primer contacto con el mundo del pilotaje, se pone a los mandos de un Hanriot H-182, donde comienza su disfrute como piloto y la materialización de su sueño de infancia.

En ese curso todo sucede muy deprisa: la guerra en España sigue su curso, la República necesita sus pilotos cuanto antes, Francia se une a la no intervención... Por estos motivos el curso finaliza aceleradamente tras solo cinco meses y todos aquellos alumnos vuelven a su patria para ponerse a prueba en combate real.

Nuestro protagonista regresa a la base de San Javier, donde realiza un curso de transformación y especialización como complemento del curso recibido en Francia y dónde aprende a pilotar el Polikarpov I-15, el famoso biplano ruso de tan peculiar forma que fue apodado como "chato". Finalmente, el 12 de mayo, recibe su tan ansiada licencia de piloto.

Combates sobre España

Solo unos días después de recibir su título de piloto y, tras una breve estancia en su Aeródromo de Los Alcázares, es nuevamente destinado, en esta ocasión a Alcalá de Henares, para tomar parte en los combates en el frente de Madrid.

En este nuevo frente recibe su bautismo de fuego, esta vez como piloto de caza (un adjetivo que no estaba en sus planes originales). Estos intensos servicios de vuelo, combatiendo prácticamente a diario, le proporcionan una nueva experiencia como piloto y le preparan para un nuevo y aún más complicado frente.

Tras un par de semanas de combates en Madrid, recibe la orden de trasladarse al frente Norte, que comprendía Asturias, Cantabria y País Vasco. El avance de las tropas nacionales con el apoyo de la aviación expedicionaria alemana e italiana, estaba poniendo contra las cuerdas s las fuerzas gubernamentales, por lo que era necesaria la presencia en dicho frente de las escuadrillas de caza de los chatos.

El traslado de la escuadrilla se realizó en vuelo desde Algete hasta Santander. Dada la limitada instrumentación y equipamiento de los I-15, la escuadrilla iba precedida de un bombardero bimotor Katiuska, mejor equipado que les hacía las veces de guía. Obviamente debido a las limitaciones de los aviones y a la escasa experiencia de los pilotos, la travesía no fue perfecta, de los veinte aviones que partieron, varios tuvieron que regresar a Madrid, otros tomaron tierra por el camino por falta de combustible e incluso alguno tuvo que aterrizar de emergencia en campo enemigo y fue hecho prisionero.

Los combates en el frente Norte

La formación aterrizó en Santander, más exactamente al campo de La Albericia. Desde allí fueron trasladados al campo de La Perilla, en Santa María de Cayón, la que sería su base principal en la zona.

Durante el mes de agosto de 1937 participó en misiones de ataque en el sur de la provincia de Santander, en las proximidades de Oviedo, en Gijón o en el Pais Vasco. Prácticamente volaba todos los días en alguna misión.

Como él mismo cuenta en sus memorias, en algunos de estos combates tuvo que coincidir con los aviones de caza alemanes. Aviones de reciente introducción y con un avance técnico muy superior a los rusos, lo que hacía, como él mismo contaba, que pareciera una lucha entre David y Goliat.

A mediados de ese mismo mes fue nombrado jefe de la escuadrilla y por ese motivo fue ascendido al empleo de teniente interino. De igual forma en esos días se ven reforzados por una escuadrilla de Polikarpov I-16.

Derribado en combate

El día 22 de agosto recibe la orden de salida con su escuadrilla para atacar a una columna italiana que se dirigía a Santander por el Puerto del Escudo . Todo parecía apuntar que la única defensa de esa columna eran las armas antiaéreas que ellos mismos portaban, nada más lejos de la realidad.

En una primera pasada ametrallaron varios camiones y vehículos de la columna e hicieron dispersarse a sus ocupantes a ambos lados de la carretera, desde donde comenzaron a devolver el fuego desde tierra. Nada les hacía suponer que una escuadrilla italiana formada por Fiat CR-32 estaba en los alrededores para proteger a sus compañeros de tierra.

En el instante en que Miguel ascendía tras un nuevo ataque, notó un resplandor en la cola de su avión, seguido de una explosión. Trozos de metralla desprendidos del fuselaje impactaron alrededor suyo. Rápidamente perdió el control del avión al haber perdido el timón de cola.

Tras un brusco y descontrolado descenso, pudo dirigir ligeramente el avión hacia un bosque cercano, donde impactó con los árboles que le hicieron de colchón al estrellarse. Durante unos minutos permaneció inconsciente, hasta que finalmente despertó tras el golpe. Había salido despedido de la cabina del avión y se encontraba tirado sobre ramas, hojas y hierbas en el medio del bosque.

Al recuperar las consciencia se dio cuenta que se acercaba un grupo de gente. Para su desgracia se trataba de una unidad de soldados italianos que le rodearon y apuntaron con sus armas. El que parecía ser el líder del grupo se aproximó a él pistola en mano apuntándole y hablándole en italiano, lo que le hizo suponer que le iba a disparar allí mismo. En un determinado momento, ese mando italiano guardó la pistola y sacó un cuchillo, con la aparente situación de querer asesinarle a sangre fría de tan dramática manera. 

Por fortuna se hizo presente algún mando superior, que desde lejos en un tono autoritario y severo recriminó algo en italiano al homicida en ciernes, que depuso su actitud y guardó el arma. Por segunda vez en escasos minutos Miguel salvaba la vida.

Unos soldados le subieron a un especie de camilla improvisada y le trasladaron al puesto de mando. Una vez allí le hicieron un breve interrogatorio y el trasladaron en una furgoneta hasta un campo de aviación en Villarcayo, Burgos, donde le curaron de sus heridas e interrogaron nuevamente.

Fallecimiento "oficial", comienza el cautiverio

Los compañeros de escuadrilla que vieron el derribo de nuestro protagonista, no creyeron posible que hubiera salvado la vida, por lo que en el parte oficial se le dio por muerto. El gobierno de la República mandó una carta a sus padres notificando el dramático suceso y les concedió una pensión por fallecimiento.

La realidad para Miguel era muy distinta. Afortunadamente seguía con vida, pero era prisionero en zona sublevada. Desde el aeródromo de Villarcayo fue trasladado a la cárcel de Burgos, de ahí a la de Villaviciosa y posteriormente a la prisión provincial de Salamanca el 5 de noviembre de 1937. Tras seis meses de cautiverio y gracias a la acción de la Cruz Roja Internacional, pudo escribir a su familia desde Salamanca y ponerse así en contacto con ellos, desmintiendo la versión oficial.

Por su condición de militar, y más exactamente por su valor como aviador, es trasladado nuevamente, esta vez a la prisión militar de Salamanca el 27 de junio de 1938. En esta situación permanece hasta el 7 de diciembre de ese año, en que es propuesto para ser intercambiado por aviadores del bando contrario, por lo que el día 18 de enero de 1939 cruza el puente internacional de Hendaya al ser intercambiado por el capitán Julio Salvador Díaz Benjumea.

Vuelta al combate y exilio 

Tras el intercambio en suelo francés regresa a España, cruzando la frontera por Cataluña, prácticamente último reducto de territorio en manos del gobierno. Poco más de un mes pudo prestar sus servicios como piloto en la zona, hasta que recibió la orden de retirada y de abandonar el país nuevamente hacia Francia.

La columna de militares "destruidos y derrotados, desharrapados y desarmados, y con el alma en carne viva", abandonan su patria cruzando los Pirineos por el paso fronterizo de Le Perthus. 

Su primer destino como refugiado fue el mísero campamento de acogida creado en las playas de Argelès-sur-Mer. Sumado al hacinamiento y abandono por parte de las autoridades francesas, había que añadir el denigrante e inhumano trato que recibían, al ser tratados casi como prisioneros de guerra enemigos.

Dado el elevado número de refugiados y ante el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno francés decidió crear en estos campos las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE), compuestas por unos 250 componentes mandadas por militares del ejército francés. Estas compañías se utilizaron tanto para el esfuerzo de guerra, como para trabajos agrícolas o industriales para suplir la ausencia de los trabajadores franceses que habían sido movilizados.

A comienzos de marzo de 1939 es trasladado con su CTE a Gurs, cerca de los Pirineos, para construir allí un nuevo campo de refugiados, donde se alojaría hasta 1940. En esa fecha es destinado a la 185 Compañía de Trabajadores Extranjeros, en Savenay, perteneciente al Batallón Royal Engineers, adscrito a la Armada Británica. Su labor en esta compañía era ayudar en la construcción de defensas en la zona de Bretaña, ante la próxima invasión nazi de Francia. Una vez terminada la construcción, realizaron también tareas de aprovisionamiento de los militares británicos en la zona.

Ante el apabullante avance alemán y la más que probable derrota en combate, se dio orden de retirada de los militares británicos el 26 de mayo de 1940. Esta operación, con el nombre de Dinamo, comenzó a finales de mes desde la conocida localidad de Dunquerque.

Prisionero nuevamente y regreso a España

Tras la salida del último convoy británico desde Dunquerque, los exiliados españoles quedaban abandonados a su propia suerte de nuevo. Miguel y sus compañeros trataron de buscar un lugar donde refugiarse y esconderse, pero en poco tiempo fueron capturados por el ejército alemán y confinados en las mismas instalaciones donde se había alojado el ejército británico.

En julio de 1940, sin previo aviso y con gran incertidumbre, son sacados del campo de prisioneros y trasladados a la estación de tren de Savenay. Como cuenta Miguel en sus memorias, fueron sorprendentemente bien tratados en ese trayecto, sin malas formas ni gritos.

El 16 de julio llegan finalmente a Irún, donde son entregados a las autoridades españolas. Habían pasado 18 meses desde que en esa misma localidad cruzara la frontera hacia Francia y recuperara su libertad. Ahora cambiaba su suerte nuevamente y volvía a entrar en España como prisionero.

Su primer destino fue el campo de prisioneros de Miranda de Ebro, dese donde fue transferido en el mes de agosto a la cárcel de Porlier en Madrid y de ahí al campo de internamiento Miguel de Unamuno, también en Madrid. Más tarde se le destinó a un batallón disciplinario en Algeciras, con la tarea de fortificar la frontera con Gibraltar, ante la posibilidad de un ataque británico.

Vuelta a casa 

El 1 de diciembre de 1941 le concedieron la posibilidad de volver a Los Alcázares y reintegrarse en la vida normal, al haber conseguido un puesto de trabajo. En tanto en que salía el juicio contra Miguel por su participación en la guerra con el bando perdedor, se le concedió la prisión atenuada en su domicilio.

Todo vuelve a cambiar en noviembre de 1942 que, al salir la sentencia de su juicio, es encarcelado en la prisión militar de Elche. La sentencia marcaba la friolera de 15 años de prisión. Un año pasó en esa prisión hasta que consiguió el traslado a la de Alicante, donde estuvo internado hasta la ansiada libertad, que consiguió el 16 de julio de 1946.

Diez años habían pasado prácticamente desde que se había visto forzado a una guerra que no había buscado y que no había querido. Atrás quedaban los sueños y esperanzas de juventud, todo había pasado demasiado rápido, había tenido que aprender a vivir, pero sobre todo a sobrevivir. Finalmente era libre, pero su mayor sueño, aquel sueño infantil, había quedado truncado para siempre.

Rehabilitación en el ejército

Ya prácticamente finalizando el post de hoy, que ha sido más largo de lo habitual, pero creo que nuestro protagonista lo merece, vamos a hablar de su rehabilitación en el ejército, gracias a la ley de amnistía.

En 1977, con la aprobación de la Ley de Amnistía, con la que se intentaba cerrar la herida de la guerra, a Miguel Galindo se le concede el ascenso al empleo de Capitán y el reconocimiento de sus tiempos de servicio. Posteriormente, en 1989 se rectifica dicha ley y se le concede el empleo de Coronel.

Miguel Galindo Saura falleció el 14 de abril de 1997, a los 81 años de edad, en Los Alcázares, Murcia.


Antes de finalizar, quiero citar una anécdota que el propio Coronel Galindo cuenta en sus memorias y que termina en una reflexión que merece la pena recordar, más aún en esta época de revanchismo que nos está tocando vivir.


Cuenta Miguel que, años después de ser libre, había creado una modesta empresa de pinturas. Por azares que solo el destino conoce, le habían encargado unos trabajos de pintura en la Academia General del Aire, en la base de San Javier, un lugar conocido por él. Ese trabajo no era algo excepcional o diferente, pero le dio una extraña sorpresa. El jefe de la base le llamó para que acudiera a su despacho, con el fin de explicarle algunos detalles del trabajo que tenía que realizar. Al llegar al despacho se encontró nada menos que con el ya coronel Julio Salvador Díaz Benjumea, aquel capitán con el que cruzó la mirada en 1939 al pasar por el puente de Hendaya.

Ambos se habían reconocido, pero ninguno dijo nada. Miguel recibió las instrucciones y se marchó a trabajar. Una vez que abandonó las instalaciones, fue llamado nuevamente por el coronel, pero esta vez se reunieron a solas. Según las memorias del propio Galindo, se produjo el siguiente diálogo:

—Galindo, ¿recuerdas de qué nos conocemos?

—Por supuesto, mi coronel, ¡cómo podría olvidarlo!

Seguidamente se fundieron en un profundo abrazo.


La reflexión a la que antes hacia referencia la pongo a continuación, textualmente:

En un ejército, la oficialidad debe ser formada, antes que en el mando y la disciplina, en valores humanos y profesionales estrictos. Un enemigo deja de ser enemigo una vez vencido. Esa es la clave de bóveda. Ese valor de caballerosidad es el del coronel Díaz Benjumea, el del oficial italiano que me hizo prisionero tras ser abatido, y el de tantos otros honrosos militares.



Con esto terminamos el relato de hoy. Como antes dije, más largo de lo habitual, pero creo que merecía la pena. Espero que haya sido de vuestro agrado.


Nos vemos en el siguiente.



Bibliografía: "El Teniente Galindo: Biografía autorizada de un piloto de la República" por Miguel y Jesús Galindo Sánchez. 

Fotos: Archivo General de la Región de Murcia.









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